
Europa se farreó su oportunidad. Tenía todo para jugar un rol autónomo en el mundo, para ponerle peso propio a su voz. Pero eligió agachar el moño. En vez de afirmarse como bloque con ideas y estrategias propias, se dejó llevar por los vientos de Washington. Hoy anda siguiendo los pasos de Trump como si fueran mandamientos, aunque vengan cargados de torpeza e improvisación.
La famosa “autonomía estratégica” quedó en puro verso. Lo que prometía ser un camino propio entre Estados Unidos y China terminó siendo un seguidismo sin matices. Y eso tiene efectos concretos. La inversión europea fuera del continente cayó un 23% desde 2020. Alemania y Francia están ajustando el cinturón, moviendo sus presupuestos para quedar bien con la OTAN. Y la energía, que antes se pensaba en clave verde, ahora gira en torno al gas gringo y la lógica de rearme.
En lo comercial, Bruselas ya no marca la pauta. En vez de abrirse a acuerdos con regiones como Latinoamérica, África o India, se quedó pegada a las prioridades del Tío Sam. Mientras tanto, Asia avanza, China crece, y Europa se queda mirando desde la vereda.
Pero lo más grave no es la plata, son las señales. Europa ya no se atreve a hablar sola. Cuando Washington sube el tono, Europa repite. Cuando Trump calla, Europa guarda silencio. En crisis como la guerra de Ucrania o los conflictos en Medio Oriente, el viejo continente muestra cada vez menos autonomía y más temor.
Y ahí aparecen las contradicciones. Mientras líderes como Emmanuel Macron y Olaf Scholz empujan por más gasto militar y rearme continental, otros como Pedro Sánchez han pedido explícitamente “dejar de usar la palabra guerra” en las declaraciones oficiales, porque “hay gente que no quiere sentirse amenazada de esa manera” Desde la sociedad civil, voces como la del investigador Jordi Calvo advierten que “la militarización de Europa no ha evitado la guerra, y sí ha alimentado el ascenso de la extrema derecha y el lenguaje del odio”.
El presupuesto comunitario para defensa se ha triplicado en los últimos quince años, alcanzando los 39.000 millones de euros en 2024. Pero ese gasto no ha traído paz, ni seguridad. Al contrario, ha reforzado una lógica de confrontación que deja a Europa atrapada entre potencias, sin relato propio.
Hoy Europa no decide, obedece. No propone, acompaña. No lidera, sigue. Y ese lugar de comparsa la deja sin respeto. No se trata de esperar una Europa imperial. Basta con que tenga coraje para decir lo que piensa, para marcar distancia cuando corresponde, para construir proyectos sin tener que pedir permiso.
Si no recupera esa dignidad, va a seguir siendo una región rica en historia pero pobre en decisiones. Y eso, frente a un mundo que se está reordenando, es igual que no estar.
Jorge Bustos
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